Curiosidades

UN ACONTECIMIENTO INOLVIDABLE

Don Alfoso Torán
es nombrado Hijo Predilecto de Cubla


Cómo se manifestó la gratitud de todo un pueblo, ante el hombre bienhechor. Por A.Madrid

    ¿Información periodística?¿Artículo literario?¿Crónica? Dejaremos correr la pluma y salga lo que saliere ello será siempre un reflejo pálido, que dicen los profesionales, de la realidad; de la bella realidad observada con sorpresa por nosotros, más que con sorpresa, con admiración y más aún que con sorpresa y con admiración ¡con asombro!.

    Si quisiéramos resumir en una sola palabra el concepto que tal acto nos mereció, nos veríamos apuradísimos para encontrarla, pero por aproximación lo calificaríamos de sublime. Sublime sí, porque sublime es toda manifestación hidalga de bondad de corazón y por que sublime es la comunión de las almas en uno y único ideal de altruismo. Pero algo superior a lo sublime eran aquellas lágrimas que más que correr, saltaban de gozo por entre las rugosidades de unos rostros nobles, fuertes y austeros, curtidos por el rudo vivir de una raza que mantiene gloriosamente las grandes virtudes que la hicieron célebre a través de la Historia; lágrimas con que eran expresadas las grandes conmociones de aquellos fuertes pechos, que al acentuar su alegría sentían el dolor de su inmenso gozo.

    Más que sublime fue aquel lenguaje mudo que reinó durante mucho tiempo, en aquel noble ambiente, sin otro síntoma externo que el enrojecimiento de los ojos brillantes y gozosos y el gesto característico e inequívoco de la honda satisfacción reflejada en los semblantes, risueños, jubilosos y radiantes.

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    La entrega del artístico pergamino hecho a Don Alfonso Torán como título de Hijo Predilecto, obra admirable de un hijo de Cubla, Don Miguel Monleón, fue un acto que no podrá borrarse jamás de la memoria de quienes tuvimos la dicha de presenciarlo.
    Allí, el digno Secretario del Ayuntamiento de Cubla expresó su sentida emoción en nombre del pueblo, en nombre de todo su vecindario, como un alma colectiva puede sentir, con exacta fidelidad, las sacudidas emocionales de la gratitud y de la desinteresada confraternidad. Allí el honorable Párroco de Cubla, sancionó en nombre de Dios aquella hermandad de corazones, unidos para el mutuo apoyo y para la práctica de las más bella ideología del espíritu humano… el divino precepto “Amaos los unos a los otros”.
    Allí, el culto profesor D. Pablo Sarrate dejó bien sentado, con la firmeza y sinceridad peculiar de los “pura cepa” aragonesa, cuán merecedor era de aquel homenaje el predilecto hijo de Cubla, D. Alfonso Torán, que con sus hermanos D. José y D. Manuel habían logrado que en el pecho de cada cublense se rindiese culto al esclarecido apellido.
    Allí, D. Silvestre Matas, el incansable luchador, en su bello discurso “dio rienda suelta a su emoción y sus sentimientos de gratitud fueron expresados como cuadraba en aquel ambiente de sublime idealidad… ¡con lágrimas!.
    Allí D. Manuel Torán, hermano del homenajeado, levantó su voz elocuente, convincente y enérgica y definió en nombre de los suyos, de su familia y de sus discípulos, en nombre de toda una generación de hombres consagrados al Trabajo y a la Ciencia, los bellos contornos del alma grande del Maestro, del educador insigne que con su labor personal había levantado el prestigio, a insospechada altura, de una clase de jóvenes luchadores que en la esfera de su actuación individual, emulaban dignamente la bella ideología del Hidalgo Manchego.
    Y, por último, D. Alfonso Torán, a quien no queremos aplicar ningún adjetivo, porque mereciéndolos todos, de ninguno necesita, ya que su solo nombre dice más elocuentemente que nosotros, cuanto pudiéramos atribuirle, enalteció las virtudes de aquel pueblo único, de aquel pueblo pequeño y escondido, pero más grande que ningún otro, porque su grado insospechado de civilidad lo colocaba en la inaccesible altura de una perenne admiración. Pueblo que por sí solo había dado cima a todos los intrincados problemas de su gobierno municipal, pueblo cuya grandeza se apoyaba sólidamente en algo tan indestructible y sólido como la fortaleza de los corazones de sus hijos, de cuya rectitud y fortaleza es bello símbolo la peña erguida, que en un cuartel de su escudo campea sobre rocas, desafiando inconmovible los embates duros de todas las inclemencias, de todos los vendavales …, de todas las tempestades.

Plaza del Collao 1929

 Plaza del Collao 1929

 Un aspecto del “día de Cubla”

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    Afortunado pueblo, que sin Palacio señorial que te humille, ostentas sin embargo, un bello Templo donde holgadamente caben todos tus hijos y al arrullo de cuyo campanario, que es voz amorosa de madre, duermes en su regazo con la inefable paz de los justos. Dentro de tu bello templo los actos religiosos, coreados por tus propios cantores y embellecidos por tus propias armoniosas melodías, nos han hablado de la Divinidad con más sublime elocuencia, con más sincera sencillez que el aparatoso y formulista ritual a usanza… Bajo tu techo, de sencilla e infantil factura gótica, entre tus muros graníticos de concepción renacentista, bajo tus arcadas románticas, formando un conjunto armonioso y severo de puro tipo de transición… ¡hemos sentido hondo!.
    ¿Y cómo habíamos de sospechar que cublenses de otros tiempos, precursores de los de hoy, digna progenie de una raza noble, hubieran tenido tan delicada sensibilidad artística? Ellos colocaron para ornamentar la bella imagen de la Virgen de sus amores, la Virgen de la Asunción, a cuya devoción se rinden todos los pechos, un retablo de talla barroca de inestimable valor, justo de proporciones y ante el cual la vista se extasía de emoción artística. Y más bello aún que este retablo otro pequeño, una “tabla primitiva” del siglo XIII, de la época en que la perspectiva aún se encontraba en grado de incipiente gestación, en cuya parte inferior y en tríptico armonioso, destacan bellas figuras de San Miguel, San Blas y Santa Adela.

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    ¡Mujer de Cubla! Mejor que un lugar especial en estas menguadas cuartillas, un altar es preciso para entonar ante él, mi cántico de fervorosa admiración.
    ¡Mujer de Cubla! Tipo idealizado de tu raza, modelo viviente de belleza, honestidad y fortaleza de alma, hermana de Isabel, de Agustina, de Mariana…, de Santa Teresa. Feminidad sensible y exquisita la tuya que crías a tus hijos fuertes y nobles y entonas en el templo con atavíos de virgen, canciones de celestiales ecos…, de melodías divinas. Tú también, al honrar a tu hijo predilecto, palpitante y emocionada, dentro de tu ropaje severo, sentiste la sacudida emocional de lo sublime, y en simplista concepción de ideologías y en sencilla expresión del sentimiento, enjugaste tus lágrimas con tu pañolito de perfume campero, mientras que con la otra mano, acariciaste la cabecita del niño que tenías a tu lado y la humanidad toda, recibió la caricia tibia de tu bendición. Una lágrima asoma a mi pupila, balbuciendo la palabra MADRE. ¡Tú, mujer de Cubla; tú, madre de ese Hijo Predilecto tan digno de homenajes; tú, que desde el cielo bendices; tú, que en la tierra sufres por el amor de tu hijo… y que se te suele ver macilenta y llorosa pedir de puerta en puerta trabajo para ti, y pan para tu hijo… vosotras, todas, recibirla en vuestro regazo: ¡es la oración muda de un corazón de HIJO!

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    ¡Niños de Cubla! Dichosos vosotros que sabéis que la leyenda de los Reyes Magos… esa bella leyenda que tanta amargura llevó al corazón infantil de un angelito, cuando la grosera precocidad de un amigote la desmintió; vosotros sabéis, digo, que esa leyenda es una realidad, una realidad experimentada por vosotros, tangible, cierta. En vuestras manitas trémulas, nerviosas, impacientes, habéis tenido el grato contacto de los juguetes, de los innumerables y lindos juguetes que un día, este día memorable de Cubla, os llevaron unos Reyes Magos.
    Vosotros esperabais, quizá, verlos raramente ataviados, con grandes y ostensibles atributos de Realeza, con hermosos y grandes caballos y con numerosos servidores, tal y como los habéis visto muchas veces en las estampas de vuestra predilección. Pues bien; aunque en apariencia sean distintos, ellos, los que visteis un día que no se olvidará nunca, son verdaderos Reyes Magos. Ellos, los que os llevaron los juguetes; ellos los que con asiduidad paternal os los distribuyeron. ¿No los recibisteis todos de manos de la esposa de D. Alfonso Torán? Ellos son los que cuidan de vosotros, los que os costearán vuestra educación en Universidades y Escuelas. ¿No los oisteis asegurar así a vuestro hermano predilecto? Ellos los que aseguran la tranquilidad a vuestros ancianos. ¿No os acordáis de la viejecita impedida, sola y sin medios de subsistencia a quien ha asegurado el pan y la paz, vuestro Rey Mago?
    Ellos, son pues, los verdaderos Reyes Magos. Su existencia no es una leyenda, porque ellos consuelan al que sufre, amparan al necesitado, recogen a los niños perdidos que lejos de sus padres sufren las penurias de la vida y los reintegran a su hogar; y los padres de estos niños bendicen a su bienhechor por haberles devuelto su hijo y los enseñan a pronunciar su nombre con el mismo respeto y recogimiento que musitan sus infantiles oraciones.
    ¡Existen Reyes Magos, niños de Cubla, y vosotros los conocéis! Tú, Angelito, que sufriste la desconsoladora revelación de aquel odioso amigote, puedes decirle que miente, que es verdad que existen Reyes Magos, y más aún; puedes decirle que los Reyes Magos de mucha, mucha gente y de un pueblo y muchos pueblos, ¡son tus propios Padres!

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    Y luego la Apoteosis. Tracas, banda, bailes, canciones, banquetes de agitadas y briosas afirmaciones, banderas, campanas, gritos de júbilo y como final, un paso infranqueable entre el Cielo y el Mundo, una brusca solución de continuidad como foso insondable de Castillo encantado, para que quedara allí, en los breñales de Cubla, el ambiente virgen y puro de aquella vida, cuya existencia presintió Fray Luis de León.
    Torán, Barona, Navarrete, Sancho, Durbán, Atrián, Mínguez, León, Ortiz, Sarrate, Alcusa, Monleón, Lafuente, Juste, Valenter, hermanos de una misma raza de almas titanes; apellidos recios como recios son vuestros corazones… del otro lado de vuestros montes, donde campea la llanura seca y árida, D. Alfonso Quijano el Bueno, os saluda.


Texto extraído íntegramente del artículo, de igual título, publicado en la revista MUTUALIDAD FIGUEROA.
AÑO I – Núm. 2  –  REVISTA TRIMESTRAL   –  Octubre 1929